Las olas del tiempo perdido by Sandra Barneda

Las olas del tiempo perdido by Sandra Barneda

autor:Sandra Barneda
La lengua: spa
Format: epub
editor: Editorial Planeta
publicado: 2022-07-22T12:04:37+00:00


—¡¡Lucía!!

Eran los gritos de Diego en la lejanía. Llevaba un buen rato llamándola. En la primera parada que había hecho el grupo para hidratarse y contemplar las vistas de un acantilado, se dieron cuenta de que habían perdido a dos de ellos. Monti, junto con Diego, habían salido al rescate. Lucía no respondía al teléfono. Edu tampoco.

—Puede que no estemos llamando —dijo Monti—. Aquí la cobertura es muy débil.

Estaba habituada a situaciones como aquella y sabía que debía desactivar la alarma de cualquier asomo de desgracia imaginada.

—¡¡Lucía!!

Diego seguía gritándole mientras corría hacia ella. Había reconocido el color rojo de su plumas escondido entre los árboles. Inmóvil y confuso. Esprintó en dirección a la mancha roja, que poco a poco fue convirtiéndose en la silueta de Lucía recogida sobre ella misma y recostada sobre un enorme dolmen.

—¿Estás bien? —le preguntó mientras recuperaba el aliento—. ¿Qué ha pasado?

Lucía no reaccionaba. Estaba demasiado metida en sus pensamientos. En la espiral de culpa de la que era incapaz de salir.

—Lucía, ¿me oyes? ¿Qué ocurre?

Sus ojos al fin lograron mirar a Diego y despertaron despacio a la realidad. Reconoció al chico regordete que velaba en todo momento por ella y que era capaz de golpear a quien fuera que se atreviese a hacerle daño. Había llegado de nuevo su escudero para salvarla. Porque Diego y Lucía se rescataban mutuamente. Nada había cambiado.

—Edu se ha ido.

Como pocas veces, Lucía agradeció que él no dijera nada. Diego la levantó con ternura, la abrazó cómplice y, cuando ella estuvo dispuesta, echaron a andar. Monti se unió a ellos sin preguntar. En aquella ocasión, dejaron que fueran las voces internas las que hablaran. Tampoco preguntó por Edu. Para comprender, muchas veces hay que recorrer una travesía llamada paciencia.

De nuevo, el silencio que hasta las aves reconocían desde lo alto del cielo. La vida se vuelve más pequeña desde su perspectiva, y la Tierra, mucho más poderosa que el hombre. Desde el cielo, cualquier infierno se queda pequeño, asombrado por la belleza. Los humanos perdemos temprano el vuelo de la esperanza, incapaces de recordar que no es otra cosa que la belleza lo que repara.



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